Él era un alma vacía, una de esas personas que sonríen para ocultar su dolor. Iba perdido por el mundo tratando desesperadamente de aferrarse a algo, pero no había nada que lograra llenar ese abismo que se abría dentro de sí. Cada vez que había decidido confiar en alguien, le habían hecho daño y él había hecho daño también.
Toda su vida se basaba en sobrevivir, seguir la corriente mientras se encerraba cada vez más dentro de sí mismo. La luz que tanto anhelaba se veía cada vez más lejana con el paso del tiempo, se iba convirtiendo en una meta inalcanzable. No había forma de encontrar una salida y su vida se veía cada vez más oscura.
Como la única vía de escape que encontró, se llenó de determinación y decidió que no valía la pena continuar con su vida. Dentro de sus desordenados pensamientos, recordó un lugar en lo alto de un edificio donde una vez estuvo. Recordó que ese lugar le hizo sentir tranquilo y pensó que sería un buen sitio para terminar con todo.
Una vez ahí, de pie al lado del pequeño muro de la azotea, pensaba en lo vacía que había sido su vida y en cuanta soledad había tenido que soportar. Cerró los ojos, tomó una bocanada de aire y mientras exhalaba, dejo ir todo ese peso que había cargado por tanto tiempo, a la vez que sonreía sintiéndose un poco aliviado.
Extendió los brazos y en gran medida estaba listo para dejar todo atrás; pero sintió un poco de miedo. ¿Sería esto realmente la mejor decisión? Por un momento, abrió los ojos y miró al cielo, como quien busca una última señal antes de rendirse por completo, un atisbo de esperanza.
Entonces, bajó la mirada y a su lado estaba ella, una joven que lo veía fijamente con una mirada curiosa. No dijo nada, solo lo miró sin apartar la vista. Su cabello estaba suelto y estaba descalza, traía puesto un vestido holgado que se movía con el viento al igual que su cabello. Él pensó que era muy hermosa, se dijo a sí mismo, ¿Será esta una señal? Y entonces fue cuando ella sonrió.
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