El hombre continuaba riéndose satisfecho mientras salía y se perdía a lo lejos. Esa probablemente sería la última vez que se encontraría con él. De alguna manera lo había liberado de ellos, aunque prefería haber muerto.
Después de ese día, cada persona que se atrevía a acercarse a la sombría casa huía corriendo despavorido al escuchar los gritos de ayuda del médico que ante los demás sonaban como si alguien estuviera siendo duramente torturado, lo cual no estaba tan alejado de la verdad. Con el tiempo, el medico aprendió que era mejor permanecer en silencio, pero a veces en las noches era tal el dolor, que, sin quererlo, sus lamentos se escuchaban en todo el pueblo.
La gente empezó a correr rumores de que esa casa estaba poseída por un espíritu y por ende las visitas dejaron de ser tan recurrentes. A excepción de algunos curiosos y jóvenes tratando de jugarse bromas entre sí, nadie se acercaba a ese lugar. El medico había dejado de parecerse a él mismo y ahora con su rostro desfigurado por el dolor, su barba larga y su cabello cayéndole por todas partes, era imposible de reconocer. Era conocido por todos como un espíritu agresivo, algo peligroso a lo que no debían acercarse.
La gente en el pueblo se preguntaba qué habría pasado con aquel doctor, pero todos suponían que, así como había aparecido de repente, de la misma manera se habría ido. Nunca fue cercano con nadie en el pueblo, por lo que tampoco nadie pensó en la posibilidad de que algo podría haberle pasado.
Los años fueron pasando uno tras otro, el medico perdió por completo la noción del tiempo y sus ganas de vivir se redujeron a cero. Era simplemente un infierno imposible de escapar.
Una cierta cantidad de tiempo después hubo una persona que se atrevió a entrar en la casa. Esta persona estaba convencida de que ahí no había ningún espíritu, sino una persona. Así que se dirigió al lugar sin dudar ni por un momento. Estaba dispuesta a sacar a aquel hombre de su sufrimiento.
Cuando entró en la casa, realmente lo hizo con valentía, no dudó ni un segundo, se dirigió justo hacia el puñado de cabello y tiras de ropa empolvada que había sentado en una esquina de la sala de aquella casa.
- ¿Cuántos años llevas aquí? – preguntó ella determinada, pero no hubo respuesta.
- Sé que no eres un espíritu, vine a sacarte de aquí, vamos. - Lo tomó de la mano, pero él no se movió.
- ¿Qué haces? ¡Vamos!
El seguía sin moverse, con la mirada perdida en el suelo. No sabía qué hacer si salía, no sabía cuánto tiempo había pasado, probablemente los niños a los que atendió alguna vez tendrían ya su propia familia. Era inútil salir, ya no había nada para él allá afuera. Tenía miedo, su cárcel se había convertido en su refugio, ahora ese era su lugar seguro.
- Entonces prefieres quedarte en este lugar… no lo entiendo, pero es tu decisión, supongo que no puedo sacarte si eso no es lo que quieres, es una lástima.
Un montón de sonidos extraños salieron de su garganta tratando de pronunciar algunas palabras, pero fue en vano, era imposible para nadie entenderle a menos que saliera de la casa con aquella joven y rompiera la maldición, pero ya que no estaba dispuesto a salir, no era más que extraños gemidos.
La joven lo miró una vez más como intentando verificar si había cambiado de opinión de último momento, pero el seguía con su mirada tan perdida como antes, así que se dio por vencida y solo se marchó.
El siguió sentado en el mismo lugar, en ese suelo tan sucio como su ropa y con esa mirada que no estaba realmente mirando nada.
De repente, alguien más irrumpió en la casa. Ya era bastante extraño haber tenido una visita, pero dos era algo increíble. Dado que era una situación tan fuera de lo común, levantó su cabeza y dirigió la vista hacia la puerta.
El pánico inundó su cuerpo, la persona que había entrado no era otra que quien hacía tanto tiempo lo había puesto en esa situación, aunque el cuerpo que portaba era otro, era imposible no reconocerlo.
- Ha pasado un tiempo, ¿cómo has estado? – dijo sonriendo –. Por fin alguien intentó ayudarte, pero te negaste, eso me sorprendió. ¿Te ha llegado a gustar tanto este lugar?
- Cállate, ¿qué haces aquí? Ya te dije que no te ayudaría más.
- Lo sé, no te preocupes. Hace años que conseguimos un nuevo ayudante, bastante ambicioso y dispuesto a lo que sea por dinero. Hace todo lo que le pidamos, es la mejor mascota que hemos tenido hasta ahora.
- Veo que sigues siendo tan repugnante como siempre. No me has contestado, ¿Qué haces aquí? ¿Crees que tengo ganas de verte y hablar contigo?
- Que grosero. Pensé que te alegraría verme ya que soy el único con quien puedes hablar.
- Me molesta el solo verte, tu sola existencia me fastidia. ¿Cómo podría alegrarme de algo que tenga que ver contigo?
- No estás siendo amable para nada, y yo que vine a ayudarte con tu situación.
- Tú me pusiste en esta situación para empezar.
- Lo sé, lo sé. Te he estado observando ¿sabes?, ha sido muy entretenido ver cómo te conviertes en esto, pero dado que parece que te ha llegado a gustar y no quieres salir, ha dejado de ser divertido. Por eso vine, voy a liberarte.
El asombro y la duda llenaban el pecho del médico, o de lo que quedaba de él.
- ¿A qué te refieres?
- ¿Quieres seguir aquí encerrado? Ya te lo dije, te voy a liberar. Tómalo como una compensación por el tiempo que trabajaste para mí. Ahora me voy, tengo cosas que hacer. Fue divertido conocerte, adiós.
Caminó hacia la puerta y en un momento desapareció, no dijo nada más que eso. El médico aún estaba confundido por aquellas palabras. Aún confundido, se levantó del suelo y caminó hacia la salida. Notó que esta vez sí fue capaz de traspasar la entrada, antes cuando lo había intentado había sido imposible, sin embargo, en el momento en el que estuvo afuera, entendió a que se había referido aquel tipo con “liberarlo”.
Sus piernas cedieron y cayó arrodillado al suelo, comenzó a sentirse soñoliento y antes de que fuera consciente, estaba acostado con la mirada hacia el cielo.
- Así que esta es tu idea de liberarme...
Comenzó a reír como alguien que perdió la cabeza por completo. Reía escandalosamente y después lloraba, primero uno y después lo otro. Recuperó la razón por un momento y se dio cuenta de todo el tiempo que había pasado mientras estuvo allí perdido en sí mismo.
Los años habían pasado, pero para él, el tiempo en esa cabaña no se había movido, había perdido las ganas de vivir desde hacía décadas, pero ahora que sabía que era el fin, no podía parar de sentir que pudo haber hecho más.
Todos pensamientos inútiles dada la situación, su final era inevitable. Después de un rato dejó de reír y también de llorar. Comenzó a sentir que en realidad eso era lo mejor, incluso el dolor que había sentido en su cuerpo por tanto tiempo había comenzado a desaparecer.
Él solo dejó que el sueño lo invadiera por completo. Decidió solo rendirse, dejar todo ir. Suspiró y entonces se dejó arrastrar por aquel sueño. Cerró sus ojos para nunca volverlos a abrir.
- Fin -
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